"El ejercicio de hablar, de escribir, de pasar por la palabra lo que vivimos y experimentamos, es el regalo más grande que nos ha acontecido al ser seres humanos. Se hace importante por tanto, hacer uso de este regalo. Este espacio es precisamente para ello, para que ustedes puedan expresar sus opiniones sobre los diferentes temas que se pudieran proponer aquí. Que esto sea de todos!"


domingo, 10 de junio de 2012

La mujer de puntitos de colores

Ayer vi una mujer, oscilaba entre los 55 y los 65 años Iba en el bus que yo abordé. Al momento de subir, sonaba una canción romántica que fue famosa hace unos 10 o 15 años. Me senté diagonalmente detrás suyo y ella se encontraba frente al vidrio de detrás del conductor: Así fue que pude observar su rostro.

Desde atrás, su cabello blanco y sujeto por caimancitos a cada lado de la cabeza –como quizá nos es familiar-, el grosor de sus ganas y algunos espacios no muy poblados de la cabeza, me indicaban una edad mayor a la que luego me revelaría su rostro.

Me causó curiosidad el que se supiera la letra en su totalidad, de tres canciones seguidas, canciones que para mí sólo eran familiares por su melodía: En aquel entonces de sus boom, aún era una niña.

Las gesticulaba y apenas si se percibía el sonido de su voz. Fue al observarla cantar, que me di cuenta que su rostro, aunque de una mujer mayor, estaba rebosante de una particular y brillante vitalidad que hacía dudar sobre si era anciana o joven: Sus ojos, su mirada al horizonte mientras avanzamos en el camino y mientras disfrutaba de su, una y otra vez, mascullada canción: Una canosa de espíritu joven, que despista la lectura al pie de la letra de la cronología.

Cantaba y se miraba de cuando en cuando al vidrio, que me hacía recordar la vanidosa juventud, en la que uno se mirar y se mira: Aún gustaba de su propia imagen.

La veía y me sentía confundida, porque no era la usual imagen de la mujer mayor, ni generaba la sensación de pesar por la resignación que uno percibe en la mirada de los ancianos.

Oh sorpresa cuando al bajarme en mi parada por la puerta de detrás, ella bajaba por la de delante. He aquí su imagen:

Una camisilla negra de mangas largas, color negro. Sobre él, un chaleco negro cubierto de múltiples pequeñas pepitas multicolores. Licra larga, negra y un maravilloso par de tenis que se asemejaban a unos converse, igualmente floripepiados de mil colores. Maletín grande a la espalda cual si fuera a la escuela y una energía que hacía pensar que se iba a recorrer el mundo.

Quizá ha sido más familiar tanto para mí como para ustedes –o no- el ver hombres mayores de cabello largo canoso y de actitud juvenil, pero ésta fue mi primera mujer estrella de la tercera edad ¿O la primera?

Fue lindo porque no generaba la sensación que pueden llegar a generar esas mujeres mayores, medio exageradamente hiper-histriónicas en las que su pinta de 20 años delata rebosante angustia por la juventud que se les fue; en las que sus 5 kilos de sombra azul y labial rojo vivio, da cuenta de su tarea diaria de ocultar su edad.

Ésta era una mujer que, sin pretensión alguna, se ha hecho joven de espíritu al envejecer. Quizá despertó y eso la hace feliz.

¡Que maravillosa mujer, que maravillosa manera de envejecer!

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